Will Rodríguez: noviembre 2007

martes, noviembre 27, 2007

Pulpo en su tinta, cuentos de Will Rodríguez

Estilo de narrar que nos devuelve el regusto por la lectura

Roldán Peniche Barrera*

La literatura contemporánea, bastión de narradores que se andan en todos los ismos literarios, se abre a un horizonte ilimitado. Yucatán, padre de los fabulistas mayas y del Chilam Balam, nos ha dado las novelas de Justo Sierra O’Reilly, y una legión de narradores en los últimos siglos. De entre ellos, hay quienes merecen serlo y, fuerza es decirlo, aquellos que no rebasaron la anécdota pueril o simplemente les ha sido vedada la inventiva, el toque mágico de la ficción.

La narrativa joven (o de espíritu joven) rastrea aquí y allá, y se influye de lo que será provechoso. Desde Apuleyo hay una búsqueda incesante y, en feliz simbiosis, la historia y la fantasía acaban por entreverarse. Hoy, en Yucatán, pocos narradores me entusiasman. Dos excepciones serían Carlos Martín y Will Rodríguez, creadores de gran horizonte. Ambos, como quiere Unamuno, usan de su propio lenguaje y de su propio estilo vocablos (que, a la larga son lo mismo) y producen historias que nos cautivan y nos hacen reflexionar por su propuesta siempre original, si todavía algo puede ser original.

Conocí a Will Rodríguez por 1992, cuando yo jefaturaba la Dirección de Literatura del Instituto de Cultura de Yucatán. Por entonces desconocía sus aficiones literarias. Creo que, a poco, empieza a colaborar con algunos suplementos culturales y hacia 1998 escuchamos que se ha marchado a vivir a la ciudad de México. Le perdimos el rastro por un tiempo. Sabemos, de acuerdo con la currícula, que publica ciertos libros de narrativa. Lamentablemente no tuvimos acceso a esos textos y es hasta hoy que hemos leído, de una sentada, este delicioso Pulpo en su tinta y otras formas de morir, en el que Will Rodríguez es el gran chef, el ingenioso guisandero. Lo respaldan con verdadero gusto el Gobierno de Yucatán, el Instituto de Cultura de Yucatán y la Editorial Ficticia en una atractiva edición de este año 2007. Ficticia, que impulsa al nuevo talento, también ha publicado a Carlos Martín.

Y si he dicho que Pulpo en su tinta es o sabe delicioso, no sólo quiero significar que ese platillo es uno de los más celebrados en Yucatán, sino que el propio contenido del libro deviene delicioso, adjetivo muy del gusto de Will.

Las constantes de Will son el erotismo, la síntesis expresiva (en buen número de sus cuentos), lo inesperado y una suerte de humor que suele ser negro como la misma tinta de su Pulpo. Qué felicidad para nuestro autor el reducir a unos pocos renglones la sustancia de ficciones como Del juicio, Nueva York, Consejo, De la vida real, Narciso y la muerta...

“Le amaneció velando el cuerpo que siempre deseó y que nunca fue suyo. Era la única mujer que se le fue viva, algo imperdonable para un seductor de primera. Luego de pensarlo un rato, decidió meterse al ataúd.” (Narciso y la muerta).

Leamos otro ejemplo de micro-relato, género que cultivó Monterroso:

“Fue una isla saturada de búfalos, aquel martes; un mar con megalodontes al ataque; fangoso camino entre sol y bosque —ruta principal del alosaurio—, donde los pies del que soñaba, encarrilados hacia la aldea de metal, no avanzaron como el destino del vuelo suicida.” (Nueva York).

Y en Asesinato de una cebolla, con sólo dos líneas y media, Will nos impone su peculiar forma de humor y resume con claridad el verdadero arte de narrar:

“El cocinero partió en dos a la pobre cebolla, pero ésta no sintió pesar; murió satisfecha porque al ser descuartizada hizo llorar al asesino.”

Unamuno, que no se va con rodeos, sentencia: “No sirve darle vueltas, escribe claro quien piensa claro...” A mí me molesta bastante aquel estilo recargado, así como la manía exclamativa que dice Reyes. Lo que pretende ser oscuro para parecer profundo. No comulgo con la mentirosa retórica de los iluminados, con la frase ampulosa y la parrafada soporífera que no sirve para nada. Con Borges, descreo la “metáfora barata”.

Will Rodríguez camina en otra dirección y conoce a pie juntillas su papel de narrador, de relator, de fabulador. Porque es cierto que sabe fabular en corto y en largo. Con igual destreza nos da un briefing de un asunto o magnifica los círculos concéntricos de su exposición. Además, asume con brillantez la contraparte del lector. Y la verdad, las palabras de sus textos buscan sus formas y nos saltan a los ojos.

Un leit motiv funerario impera a través de la lectura de estas páginas. Pero en veces, como la plasmó Posada, la muerte en estos asuntos nos alegra la vida, nos es motivo de burla. El más largo, Reynalda y la diosa de ébano, juega a dos espacios donde se inscriben los destinos de dos personajes distintos: la mulata Berenice, reina del table dance, y la liberada Reynalda, chica burguesa que vive la vida loca. Pero sin desdoro de la anécdota de las dos mujeres, capta nuestra atención el magistral entramado de la historia, ese doble juego que nos va dando y que enmascara el clímax que será, obviamente, inesperado. El autor deja correr sus dos historias sobre las rieles de su imaginación. Ya llegará el momento en que, de alguna manera, las historias se entreveren y marquen su final. El cuento se enriquece con todos los elementos de la narrativa de nuestro tiempo y nos lleva a pensar que Will Rodríguez está maduro para escribir una novela.

Dominado por la querencia de su tierra, Will hospeda en sus páginas asuntos y criaturas que algo tienen que ver con lo maya o con el Yucatán contemporáneo. Mas cuida de las situaciones con tal eficacia que no incurren en la exaltación del color local y sí, en cambio, trascienden a lo meramente regional. El empleo del Balam, el altivo jaguar de las selvas peninsulares, como figura central del relato Felis Bernandesii, Panthera Onca, es de antología. Aquí, se está a distancia de caer en lo truculento, hecho que frustran el talento y la vocación literaria del autor. Sólo a guisa de curiosidad anecdótica recordemos que Balzac toca el tema de la convivencia con una pantera en su cuento Una pasión en el desierto. Claro, en otro tiempo y en otro registro.

En Noches de luna descendente el relator nos lanza hacia un escenario brutal donde los hechos son reales y las acciones intimidantes. Pesadilla de la ciudad de Mérida por años, ciertos arquetipos lombrosianos que van y vienen con las manos llenas de sangre, “la gran lámpara cenital del Teatro Peón Contreras”, el inmenso telón abriéndose y cerrándose, el Opus 64 y el Grande Valse Brillante de Chopin, los delicados trazos de la bailarina... “Fue —dirá el autor— como si la luna hubiera aterrizado para compartir su magia”. Este cuento postrero de Will Rodríguez tiene, claro, también que ver con la muerte. Pero el tamiz de la literatura le da la altura que requiere para dejar de ser apenas una realidad grotesca y convertirse en arte. Ya no es más una nota periodística de la crónica negra de la ciudad, sino una perspectiva estética de amplias lecturas lograda en plenitud.

Un conjunto de sugerentes relatos este Pulpo en su tinta y otras formas de morir. Una narrativa que nos atrapa y nos es amena. Un estilo de contar que nos devuelve el regusto por la lectura en dos de sus vertientes: como transmutadora del lenguaje y como catarsis salvadora. Podríamos alargarnos en esta sencilla disertación del libro de Will Rodríguez, mas no queremos privar al lector del placer de leerlo y opinar por sí mismo: el lector, que es al fin y a la postre quien tiene la última palabra.


*Texto leído en la presentación de Pulpo en su tinta y otras formas de morir, el 19 de noviembre de 2007 en la Cineteca Nacional Manuel Barbachano Ponce del Teatro Mérida (Yucatán).

lunes, noviembre 26, 2007

Pulpo Rodríguez para un Will en su tinta

Carlos Antonio de la Sierra*

Escribir cuentos es asumir que la vida se construye de instantes frenéticos, pequeños fragmentos de luz que se mueven entre la zozobra y la bienandanza. Por eso también el lector de cuentos asume como principio fervoroso que la luz en las historias leídas sirve para llenar el misterio y oscuridad de su vida cotidiana. Escribir cuentos, pues, es como preparar un pulpo en su tinta; leerlos es paladear al malogrado molusco que ha tenido a bien asumirse como un connotado manjar. Es cierto que puede ocurrir que el pulpo salga mal y sus lectores padezcan una indigestión de época por haberse atragantado con cuentos malos. No obstante, y es el motivo que nos reúne en tan descollante recinto, hay que partir de una máxima irrevocable: Will Rodríguez es un excelente cocinero.
Pulpo en su tinta y otras formas de morir es un libro que se paladea de principio a fin como si degustáramos la mejor cochinita pibil jamás preparada. Es un volumen de relatos que halla esa vocación beatífica exclusiva de unos cuantos que es el arte de narrar por narrar. Will lo ha hecho, aunque suene ya a reiteración, con la docta y fina sutileza de un gran chef. Por eso ha logrado momentos sublimes como el de una prostituta que le roban, es robada y luego, se sabrá de antemano, es atropellada, o el de aquella mujer de tetas amoratadas porque le daba de mamar a un jaguar bebé. Esos soplos gráciles son de una sublimidad rotunda que, entre otras cosas, desanida las almas y hace pensar de nuevo en las cosas de la vida que nos estamos perdiendo.
Así, entre la lobreguez y la fruición, se empieza a construir el volumen: entrando en la narración de las soledades y sus cortes transversos. Porque los personajes del Pulpo son personas insanas, miserables de balazo en la sien y sólo los momentos celestiales evitarán que sus historias den el último giro a la fatalidad. Los personajes de Will engañan al ataúd. Está por ejemplo este cuento del hombre que llega al departamento de su “amante” y antes de tocar el timbre lo ve desde afuera preparando la cena. Entonces decide observarlo un rato mientras cocina. Así, mientras el hombre de adentro rebana con delicadeza una berenjena, el de afuera comienza a excitarse y se masturba. Y los movimientos en el pene son, por supuesto, directamente proporcionales al desgajamiento de la berenjena, a la que, dicho sea de paso, siempre hay que desflemar. El cocinero desflemaba mientras el otro descremaba.
La gratuidad por tanto de esta escena es inexistente, pues Pulpo en su tinta es un libro también sobre la masturbación. Conté por lo menos a cuatro personajes que lo hacen, uno de ellos ocho veces en un día. De esos relatos mi favorito, por supuesto, es el del panteón. Un hombre observa a un desconocido en un cementerio. Sin preámbulo se acercan y se besan con salvajismo; después se la chupan mutuamente y se vienen sobre una tumba. Terminado el affaire, el hombre se retira a la cantina de al lado y pide un “Vuelve a la vida” (esta imagen no sólo es sorpresiva sino que, perdón por la hipérbole tan convencional, es perfecta). El hombre, tomando su cerveza, ve que el cuidador del panteón lo está cerrando. Entonces se levanta para decirle que todavía hay alguien adentro. El cuidador dice que sí, pero que no se preocupe porque esos no se levantan. El cuento hubiera sido magistral, y no es una crítica infundada sino el reclamo de un lector amigable, si terminaba ahí. Sin embargo, tiene un final sobrante que atenta contra la tensión previa que tan sapientemente se había logrado. El texto se llama “Panteón San Rafael”. Y dicho sea de paso, y sin pretender faltarle al respeto a nuestros amigos que yacen allá afuera con todo el derecho de descansar en paz, si pensamos que el Pulpo es un libro con una escena en la que un hombre eyacula sobre una tumba, no creo que sea una extravagancia presentar un libro en un semen-terio.
Will Rodríguez ha escrito un libro que nos recuerda las minucias de la vida y su potencia emotiva a pesar de su aparente postración o intrascendencia. Son relatos de vida cotidiana que aspiran a ser estampas fulminantes de lo que ocurre alrededor y se pretende que no sea olvidado. El Pulpo, pues, inicia el movimiento de sus tentáculos y nos habla de un extraterrestre al que los habitantes de un pueblo le dan caza; al llevarlo a la plaza principal, el presidente municipal les dice que son unos pendejos porque acaban de matar a un tapir. También está la historia maravillosa de la sirena que despierta un día con piernas y no le queda otra más que terminar bebiendo en la barra de un bar. O bien la pirotecnia fantástica de la droga del sueño y sus consecuencias fatales; al respecto, y me disculpo de antemano porque es una duda de deformación profesional, no sé si Will estaba pensando en la máquina de los sueños que aparece en Hasta el fin del mundo, la película de Wim Wenders, y lo pienso porque en una parte del libro se menciona al cineasta alemán.
Es hora ya en que el Pulpo se ha paladeado y digerido; es hora también, y hay que saberlo a conciencia, en anhelar que esas otras formas de morir no vengan de una suculenta indigestión que en lo sucesivo haga de este lugar nuestro hábitat natural. Lo único bueno es que nos ahorraríamos la carroza.
*Texto leído en la presentación de Pulpo en su tinta y otras formas de morir, de Will Rodríguez, en el Panteón 20 de Noviembre de Tlalpan (D.F.), el 10 de noviembre de 2007.

jueves, noviembre 22, 2007

Otras formas de narrar

Por Carlos Martín Briceño*

Leí Pulpo en su tinta y otras formas de morir, exactamente como recomienda García Márquez hacerlo con los libros de Augusto Monterroso: con las manos arriba, listo para cualquier sorpresa, pues al igual que los del guatemalteco, me atrevo a decir que los cuentos de Will Rodríguez fundan su peligrosidad en la sabiduría solapada y en la belleza mortífera de su falta de seriedad.
Pulcramente editado por el ICY y FICTICIA –esta última, vanguardista editorial comandada por Marcial Fernández, quien insiste en mantener viva la cuentística en español –, el libro reúne 28 relatos publicados eventualmente por el autor en revistas de circulación nacional, y cuya unidad temática se sustenta en el erotismo y la ironía de la muerte.
La casa loca, por ejemplo, es en esta colección la breve historia de una mujer que fallece, literalmente de risa, al entrar a uno de estos juegos de feria, y cuyos hijos, resignados, también ríen cuando cuentan de qué murió su mamá.
Pulpo en su tinta (receta para dos), el cuento que le da nombre al libro, permite adentrarnos en el pensamiento de una mujer ebria y dolida que prepara la última cena al marido, pues ha decidido utilizar sus virtudes culinarias sazonadas con arsénico como vehículo de venganza.
Algo similar ocurre en Visitas, el segundo relato. Aquí, un hombre, el día de los fieles difuntos, prepara cuidadosamente el altar de muertos. Después bebe alcohol en grandes cantidades a la espera de que lleguen sus invitados del más allá, sin saber que el último será el amante infiel, ése que tanto detesta y ama a la vez, y que acaba de estrellarse en un avión camino a Londres.
Hay también en los cuentos de este volumen una búsqueda que se dirige –al igual que en La línea perfecta del horizonte, el trabajo anterior de Will–, a la exaltación del erotismo subterráneo, preferentemente el onanista. No es casual que en cuatro de las historias: Panteón San Rafael, La oreja en el suelo, Muertodehambre y Vecinos, el protagonista prefiera satisfacerse por sí solo, antes que establecer una relación afectiva con otra persona, no obstante tener a esta última con sólo cruzar una puerta. ¿Para qué meterse en camisa de once varas, parece querer decir Rodríguez, cuando se tiene la posibilidad del placer, ahora sí, prácticamente al alcance de la mano?
Que los relatos sean breves y la prosa ágil y expresiva es también parte del encanto de este quinto libro de la colección de cuento contemporáneo de FICTICIA. Todos sabemos lo difícil que es para la literatura actual luchar contra los avances tecnológicos del internet, la velocidad de las imágenes televisivas y la maestría de los efectos especiales del cinematógrafo. Por eso, se reciben con agrado cuentos como Luis Felipe, Atasta o El extraterrestre, donde el autor bordea los linderos del cuento fantástico, pero sazonándolos con una mordaz ironía que provoca una sonrisa de complicidad en los lectores.
¿Y cómo no hacerlo cuando nos enteramos que el alienígena que tiene a todo un pueblo al borde del colapso resulta ser un tapir que va a terminar sus días convertido en una deliciosa cochinita pibil?
¿Y qué decir de Luis Felipe, ese perro cirquero de dos cabezas que provoca la hilarante risa del más serio?
Quiero, por último, referirme a la que considero, acaso, la mejor historia del libro y que ahora tuve la oportunidad de analizar con detenimiento, pues la conocí de primera mano hace ya un par de años, durante un encuentro de escritores en Playa del Carmen, dónde Will nos la leyó en premier a los asistentes. Desde entonces me atrapó por su exotismo, sutileza y lisura de lenguaje. Una mezcla literaria difícil de manejar sin caer en la trampa del lugar común.
Se trata del relato titulado Felis Bernandesii, phantera onca. La trama es la siguiente: una mujer, un día después de haber dado a luz a su primogénito, es testigo de cómo éste muere por asfixia sin que pueda hacer ella nada por evitarlo. El marido, tratando de consolarla, le regala un cachorro de jaguar. Inmediatamente la esposa vuelca todos sus instintos maternos en el animal, al grado de llegar a amamantarlo y a considerarlo hijo suyo. Una tarde, el felino escapa y engulle al perro de la casa de junto. Los vecinos, que a la postre resultan ser parientes de la madre adoptiva del jaguar, llaman a la policía para que lo recluyan en un zoológico. Por las tardes la mujer visita al enjaulado, mientras acumula rencores en contra de su parentela. Y cito:
“En el momento en que se detiene ante la jaula, las ideas se concentran en el amor al hijo encarcelado, en la conceja maya que augura el fin del mundo cuando los jaguares asciendan para comerse al sol y a la luna: un eclipse será el presagio. Contempla el rutinario andar del felino, de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, y esos ojos que cambian del amarillo al verde y del verde al negro. Alejandra acaricia la llave de la jaula, pensando en la manera de huír lejos con Mercurio...”
No voy a cometer la indiscreción de contar el desenlace. Baste saber que todo se resuelve con una sutileza y tensión dramática asombrosas que recuerdan el selvático estilo de Horacio Quiroga. Sólo me resta decirles que para aquellos despistados que todavía consideran aburrida la literatura, habría que recetarles la lectura urgente de este Pulpo en su tinta y otras formas de morir.
*Texto leído por su autor el 19 de noviembre de 2007 en la Cineteca Nacional Manuel Barbachano Ponce del Teatro Mérida (Yucatán).

viernes, noviembre 16, 2007

Venta en línea

Para adquirir a través de internet Pulpo en su tinta y otras formas de morir, visita las siguientes librerías electrónicas:

Anodis
http://www.anodis.org.mx/leer/index.asp?item=135

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http://www.gandhi.com.mx/Gandhi/Libros/productDetail.cfm?prodId=319791

Ficticia
http://www.ficticia.com/libreria/libro.php?ID=50&i=c

lunes, noviembre 12, 2007

Invitación Mérida


Invitación Casa Universitaria del Libro