Will Rodríguez: febrero 2007

jueves, febrero 15, 2007

Con respecto a Apocalypto

Escribo estas líneas a raíz de un correo electrónico que recibí como parte de una de esas insoportables cadenas que le llegan a uno, creadas por personas que buscan llamar la atención hacia sí mismas, en este caso mediante convocatorias chafa de tendencia ultrapopulista.
El convocante es según él un guía de turistas, cuya experiencia en nuestras culturas prehispánicas le otorga el derecho a descalificar la visión que otras personas, en especial las extranjeras, puedan tener de nuestros antepasados y de nuestra cultura en general.
Pues bien, el susodicho invita a que reenviemos su mail a todos nuestros contactos de México y el extranjero para invitarlos a abstenerse de ir al cine a ver la más reciente producción de Mel Gibson, Apocalypto, pues “para nosotros los mexicanos es triste que empresarios americanos vengan a realizar una adaptación de la común y muy gastada historia americana, deformando la realidad histórica de la cultura”, y porque “la economía nos ha orillado muchas veces a bajar la cabeza a (¿ante?) los norteamericanos que tratan de imponer su estilo al mundo, pero no es justo que ahora se metan hasta con la historia y tradiciones nacionales; ya (hasta) nos van a construir un muro que claramente tiene grabada la vergüenza de un pueblo rechazado y humillado”. (Cabe mencionar que al citarlo realicé una profunda corrección ortográfica). Por otro lado, exhorta a que si deseamos verla optemos por adquirir cd’s pirata y evitar nuestra contribución a la riqueza gringa.
Lo que más me ha llamado la atención de los argumentos de esta y muchas otras personas en torno a la película es la gran confusión o en su defecto el nulo conocimiento de determinados aspectos de la cultura maya; pero eso sí, para criticar sin fundamentos reales y asegurar que se trata de una distorsión criminal de dicha cultura, todos son expertos.
Existe una tendencia generalizada entre nosotros los mexicanos —y en especial los yucatecos— a creer que los mayas conformaban una sociedad pacífica y feliz, en la cual el arte y la ciencia eran el pan de cada día. Olvidamos que, como en todas las grandes civilizaciones del mundo, hubo periodos de grandeza y de miseria, de creación y destrucción, de paz y de guerra.
Ninguna persona común está obligada a tener grandes conocimientos de nuestras culturas prehispánicas. Lo poco que nos enseñaron en la escuela no es suficiente para tener un concepto ni lejanamente cercano a la realidad. Lo que sí es cierto es que en la actualidad existen miles de investigaciones, publicaciones y páginas de internet dedicadas a ellas, en las cuales podemos conocer lo suficiente —por interés propio y sin la presión escolar— como para poder entablar una discusión objetiva al respecto.
Me refiero en especial a dos aspectos que menciona el individuo del mail. La primera está relacionada con sus “conocimientos” acerca de los sacrificios humanos. Tacha de absurda la escena en la que, después de descorazonados y decapitados, los cuerpos son arrojados a una fosa común. Dice que eso es mentira porque para los mayas era un honor morir sacrificado y que los restos en realidad eran arrojados con sus pertenencias a los cenotes. No toma en cuenta que no todos eran jugadores de pelota —para quienes en verdad era un orgullo morir así— o miembros de las clases privilegiadas. Cree que cualquier enemigo o preso de batalla era enterrado o arrojado al cenote con honores. Es bien sabido que en épocas de sequía y enfermedad se debía ofrecer mucha sangre a los dioses, pero no la sangre del de la casa de junto ni la del ladrón del pueblo, sino sangre sometida, enemiga en la mayoría de los casos. Es verdad que existían los sacrificios de personajes importantes, como los jugadores o las vírgenes, pero en ceremonias especiales, no a nivel masivo, pues tampoco se trataba de diezmar a la población más de lo que ya lo hacía la naturaleza.
El otro aspecto al que me referiré con respecto a dicho mail es el del eclipse solar que salva la vida del protagonista. El guía de turistas critica el que los mayas no hayan previsto el fenómeno, pues “ya conocían la fecha exacta de los eclipses de los próximos diez siglos”. Independientemente de la veracidad o confusión sobre este dato, en la película no se atribuye ninguna ignorancia al respecto. Más bien el espectador debe suponer que la previsión de los eclipses no se enseñaba como en la escuela a toda la población. El conocimiento supremo es un valiosísimo instrumento de las clases poderosas. Se debe entender que los gobernantes realizaron estos sacrificios con el perfecto conocimiento de que iba a haber un eclipse, pues así tendrían a una población más sorprendida y atemorizada. “Kukulkán había saciado su sed de sangre” y lo demostraba a través de la repentina oscuridad solar.
Ahora bien, con respecto a mi valoración sobre Apocalypto, considero que se trata de una película muy violenta, cruel y terriblemente bella en cuanto a su fotografía, características comunes en los filmes de Mel Gibson. Que se trata de una megaproducción, es cierto, pero ello no contradice a la historia que bien pudo haber sucedido en alguno de los periodos del imperio maya, sobre todo en el de la decadencia que aquí se retrata. Resulta maravilloso el que se haya empleado la lengua maya y no el inglés, como lo hizo Salma Hayek con su regular Frida. Hablamos de una película de ficción como las hay miles situadas en épocas de los griegos, los romanos, los egipcios, los hebreos, los chinos, etcétera. En ella se aborda tan solo un aspecto del universo maya: el sacrificio en su versión involuntaria para el sacrificado.
El objetivo de este filme no es dar a conocer de manera romántica las bondades y aportaciones de los mayas a la humanidad, ni el descubrimiento del cero, ni la elaboración de la cochinita pibil y el tzotobichay. Es una producción que nos brinda la oportunidad de apreciar las condiciones de vida de los mayas, su estructura social, su arquitectura, su forma de cazar, de verstir, de comunicarse, de amarse, de matarse…
Hay una escena muy especial en la que captores y esclavos pasan por una población desierta, exterminada por el hambre y la enfermedad. Solamente sobrevive una niña que llora junto al cuerpo de su madre. Al tratar de acercarse a los peregrinos, con el objetivo de unirse a ellos, uno de los captores la empuja con un palo; ella insite una y otra vez y siempre es rechazada con el palo. De pronto ella se queda parada y empieza a hablar como poseida, adviritiendo castigo a esa forma de vida tan cruel. Lo anterior es un recurso de ficción sobre la ficción, poético en imagen y sonido, en el que destaca la actuación de esta niña cien por ciento maya. Aquí se ratifica que se trata de una historia ficticia.
Mi crítica hacia la película se da en torno a la fisonomía de los actores y los extras. Sabemos que fue realizada en Veracruz, que no es zona maya. Supongo que la mayoría de los extras fueron de ese estado. La mayoría de los actores principales, si bien parecen mexicanos o latinos, no tienen los rasgos mayas tan característicos de la Península de Yucatán. Por otro lado, en el cartel publicitario de la producción vemos al castillo de Chichén Itzá —candidato por cierto a ser declarado Maravilla del Mundo este año—, cuando lo que se aprecia en el filme es un conjunto de pirámides semejantes a las que conocemos de Tikal, Guatemala (región maya, finalmente).
En síntesis, es una película que vale la pena ver como se debe: en el cine. No le veo el sentido a organizar una campaña en su contra para ocultar determinados aspectos de nuestro pasado (y eso que no se mostró la antropofagia, también practicada por los mayas). Por qué tener miedo a que se conozca esta parte de nuestra cultura en el extranjero. Todo el mundo tiene derecho a ir al cine y sacar sus propias conclusiones, y así será, pues las mediocres cadenas electrónicas nunca lograrán lo contrario.