Will Rodríguez: diciembre 2006

miércoles, diciembre 06, 2006

Potaje de lentejas


Sin duda este es uno de los guisos más ricos de Yucatán (rico por su cantidad de ingredientes y rico por su sabor). Se trata de una especie de “fabada yucateca” que combina semillas, embutidos y verduras; un platillo completo, de fácil elaboración, inolvidable. Se puede hacer con frijoles blancos o rojos. En este caso, los frijoles deberán tener un cocimiento de 70% previo al resto de los ingredientes. En cambio, las lentejas son de rápida cocción.

Ingredientes½ k de lentejas
1 k de carne de cerdo en trozos
150 g de tocino en trozo, cortado en cuadros
150 g de jamón de cerdo en trozo, cortado en cuadros
6 chorizos
2 papas
3 zanahorias
2 calabazas
2 chayotes
1 plátano macho con cáscara
Medio repollo (col blanca)
1 cebolla blanca picada
3 tomates picados
1 pimiento verde picado
1 chile xcatic o güero o cualquier otro que sea largo y amarillo
100 g de pasta de achiote
1 taza de vinagre o naranja agria
1 cucharada grande de ajo picado
Sal, pimienta, comino y orégano en polvo, al gusto
Limones y aceite de oliva al gusto

PreparaciónSe marina la carne con una mezcla de achiote, vinagre o naranja agria, ajo, sal, pimienta, comino y orégano. En una olla con suficiente agua (unos dos litros) se ponen a cocinar las lentejas. Aparte se fríen en un poco de aceite de oliva tocino, jamón, chorizo, tomate, cebolla, pimiento y el chile entero, agregando de último la carne marinada. Se incorpora esta fritanga a las lentejas, así como las papas, las zanahorias, las calabazas, los chayotes, el plátano y el repollo cortados en cuartos. Agregar sal. Se cocina a fuego medio aproximadamente de hora y media a dos horas. Se sirve en tazones y se acompaña con limón y aceite de oliva al gusto, así como con una buena salsa de chile habanero. Se recomienda comer con pan francés o baguette.
Nota: El potaje con frijoles blancos o alubias no lleva achiote, por lo que la carne no se marina con los condimentos mencionados.

11 años de Mala Vida*

Cuando escuchamos algo acerca del proceso de edición de una revista independiente, sea cual fuere la disciplina que ésta aborde, enseguida pensamos en los problemas económicos que dicho proceso representa, en las dificultades para reunir a tiempo los materiales que se pretenden incluir, en los pleitos que surgen entre el editor y el diseñador o el impresor, en la terrible flojera de la distribución de mano en mano, en la ingrata retribución económica ante un trabajo tan desgastante… En fin, el que no sepa de lo que estoy hablando y quiera editar por primera vez una revista, mejor que lo piense dos veces. Si aún después de prever los problemas venideros y conocer las experiencias de otros realizadores de revistas una persona desea incursionar en este ámbito, pues entonces que asuma que la labor del editor independiente es como un apostolado, en ocasiones un flagelo, pero siempre una necesidad como la que que siente el artista por desarrollar y compartir su arte.

En México existen más de 300 revistas relacionadas directamente con el arte y la cultura. Dicha cantidad de publicaciones periódicas se ha mantenido constante, al menos desde 1998, de acuerdo con el registro elaborado por el Sistema de Información Cultural del Conaculta y cuya actualización fue realizada durante este 2006. La principal diferencia entre la producción de revistas en ambas fechas radica no en la cantidad de publicaciones, sino en el constante ciclo de vida y muerte de los proyectos editoriales: más de 200 de las 300 revistas registradas en 1998 han desaparecido; es decir, más de 200 publicaciones han sido integradas a este nuevo registro. Tal vez ahora mismo esté naciendo, renaciendo o falleciendo un proyecto editorial.

La revista Mala Vida, que esta noche festeja su onceavo aniversario, no ha estado al margen de toda esta problemática. Su periodicidad, por ejemplo, se ha visto afectada por la economía, por la falta de un equipo comprometido hasta los huesos, por el desinterés del patrocinio público y privado y hasta, literalmente, por la paternidad; también ha sido catalogada de irregular y hasta de religiosa, por aquello de que sale cuando Dios quiere. Sin embargo, es sin duda una publicación representativa del arte y la cultura de Morelos y de México. En sus páginas y en su consejo editorial han participado escritores y artistas plásticos jóvenes y veteranos de Morelos, de los estados del país y de otras nacionalidades; mencionar aunque sea a una pequeña parte de ellos me obligaría a proporcionar un listado bastante amplio. Su contenido es siempre de alta calidad, sin duda gracias a la visión de su director, poeta y amigo Ricardo Venegas, quien ha recibido el apoyo a las revistas independientes Edmundo Valadés al menos en cuatro ocasiones.

Se trata de una revista que, pese a su tiraje no mayor a los dos mil ejemplares, es conocida y reconocida por la comunidad literaria de México (al menos de eso me he dado cuenta al mencionarla en las ciudades que he visitado). Esto se debe al contacto directo de Ricardo para con sus colaboradores y corresponsales y al acertado convenio establecido con la red Educal Libros y Arte, quien distribuye Mala Vida en sus librerías de las ciudades del país.

Ojalá que en esta nueva época de la revista se insista en el involucramiento de la iniciativa privada de Morelos y el Distrito Federal, lo cual lograría que Mala Vida se mantuviera en circulación pagana, es decir periódica, independientemente de las becas que pueda recibir. Estamos ante un proyecto avalado por los años, el cual merece la atención de un mayor número de lectores y colaboradores, situación que se dará solamente cuando se le vislumbre como un proyecto cultural autosustentable.

En lo personal, agradezco en el alma a Ricardo el haberme dado la oportunidad de colaborar en Mala Vida. Gracias a ella he enriquecido mi espíritu y conocido a personas y personajes muy valiosos que ahora son mis amigos, algunos de ellos aquí presentes.


*Texto leído durante el evento del 11 Aniversario de la revista Mala Vida, en el Jardín Borda de Cuernavaca, Morelos, el 3 de noviembre de 2006.

Madera sola: un libro de sueños*

Una de las mejores razones para leer poesía es la esperanza de encontrar esa voz que sugiera con belleza emociones experimentadas o inéditas. En ambos casos el sueño puede ser un recurso literario maravilloso, toda vez que constituye una experiencia universal e irrepetible, pues si bien todos los seres humanos —y hasta algunos animales— tenemos la necesidad de soñar, cada sueño representa una comunión con el pasado, el presente y el futuro de quien sueña. Incluso el lenguaje para con uno mismo, con Dios o con la almohada antes de dormir, es reflejo de cultura, de hábitos, de deseos o de la lectura más reciente.

En Madera sola, libro de la poeta jalisciense Karla Sandomingo (1970), editado por el Fondo Editorial Tierra Adentro (2004), la intimidad de la mujer es descubierta a través de un lenguaje onírico que cuestiona creencias, justifica actitudes y divaga en pensamientos, tal como imaginamos que se habla o se piensa durante un sueño, un dejavoú o un descanso mental. La autora presenta ocho capítulos o momentums titulados Esta tabla mi casa, Agua náufraga, Madera sola, Signos, Aves negras, Cáliz, Entre grietas y Voces de la primera luz. En todos ellos existe uniformidad de estilo y recurrencia a elementos relacionados con el mar, la madera (puertas, muelles y barcos), el cuerpo y la espiritualidad. Pese a lo que pudiera suponerse al tratarse del poemario íntimo de una mujer, aquí no estamos ante un libro feminista ni lloroso de desamor, sino ante una serie de pensamientos o de sueños que nos permiten conocer, identificar y reconocer emociones.

De acuerdo con el texto de contraportada, los ocho capítulos están relacionados con la vida de ocho mujeres. Sin embargo, por la similitud estructural y estilística latente en todo el poemario, podría tratarse de la historia intelectual de una sola mujer, en distintas etapas de su existencia.

En el capítulo que da nombre al libro, Karla ebanista da forma a los recuerdos e involucra a la familia en su oficio de poeta. Ama a la madera como se puede amar a una letra muda o a un verso escandaloso. Aquí, cada palabra ocupa su lugar y asume su papel en el destino del poema: “…Las letras van, regresan a mis manos / crecidas y cambiadas: son otras. / Las beso pero las aviento / al despeñadero”.

Hay un capítulo de signos y señales donde la mirada al todo y a uno mismo se concentra por conducto de un ojo solo, de un ojo ciego, de un ojo en medio. Como una especie de Vishnú, ahora de seis brazos, la protagonista de este apartado es un ser omnipenetrante que navega por el cuerpo, el alma y sus entornos para encontrar la razón de sus ideas: “…Me he quedado viendo los silencios de los mares, me he quedado ciega y veo. Aunque no entienda, entiendo que el lenguaje son las puertas que se cierran, abren, tienen una cerradura…”

Por otro lado, en Cáliz un rumor de olas acompaña a la remebranza cotidiana, religiosa por el puerto; en tiempo presente, Karla describe a la soledad cual porteña que nace, crece, se reproduce y muere junto al mar: “…Pero estas otras tierras que son las que me forman / son de barcos encallados y barcos navegantes / en medio de la sala tienen árbol / remo / en donde brinca / lo poco de lenguaje que me queda”.

Trátese de ocho mujeres o de sólo una, Madera sola es un viaje por los senderos de la voz y el pensamiento, una aventura de decires nuevos, una invitación a reflexionar sobre la vida… en fin , un libro de sueños.


*Texto leído en la presentación del libro Madera sola, de Karla Sandomingo, el 5 de diciembre de 2006 en la Casa del Poeta Ramón López Velarde (D.F.).