Will Rodríguez: julio 2005

miércoles, julio 13, 2005

Sopa de lima

El secreto de esta receta radica en la procedencia de las limas, las cuales deben ser agrias y no dulces como las que se encuentran normalmente en los supermercados. En el Sureste del país es posible adquirirlas en cualquier super, pero no es así en otras regiones. En la ciudad de México casi todos los mercados populares grandes tienen algún puesto de ingredientes yucatecos y es ahí donde se consiguen o se encargan. Yo las compro en los mercados de Medellín, Mixcoac o Coyoacán, que son las zonas por las que me muevo. Otro aspecto que hay que tomar en cuenta es el de quemar las limas directamente en la estufa, para quitarles lo amargo. Independientemente de ello, siempre será mejor utilizar las limas amarillas que las verdes, pues aunque ambas son agrias, son las primeras las que están menos "amargadas". Espero que hagan y disfruten este platillo, el cual considero mi especialidad.

Ingredientes
1 Pechuga de pollo grande e hígados o huesos
4 tomates medianos
1 y media cebollas grandes
1 pimiento verde grande
4 limas agrias
1 rama de epazote
3 hojas de orégano enteras o media cucharada en polvo
3 cucharadas de aceite de oliva
Media cabeza de ajo entera y un diente machacado
2 litros de agua
1 cucharada sopera de caldo de pollo en polvo
Sal y pimienta al gusto
Tortillas cortadas en tiras delgadas y fritas

Preparación
Se pone a hervir a fuego alto el agua junto con la media cebolla y la media cabeza de ajo asadas directamente en el fuego, sal, pimienta, caldo de pollo en polvo, orégano y epazote. Cuando empiece a hervir se agregan la pechuga de pollo y los hígados o huesos. Mientras, se rebanan los tomates, la cebolla y el pimiento y se fríen en aceite de oliva con el diente de ajo machacado. Se retira el pollo cuando esté bien cocido; si se desea también se retiran con una espumadera el ajo, la cebolla, el orégano y el epazote y se desechan. Bajar a fuego lento. Se incorporan los vegetales fritos. Se desmenuza el pollo y se vuelve a incorporar al caldo. Se asan directamente al fuego las limas, cuidando que no queden negras. Se rebanan en rodajas tres de ellas y se incorporan a la olla. La lima restante simplemente se exprime sobre el guiso. Se deja hervir el caldo otro par de minutos y se sirve en tazones individuales con las tortillas fritas por encima.

martes, julio 12, 2005

Pulpo en su tinta (receta para dos)

A tía Georgina y sus platillos

Disuelvo la tinta en vinagre. Destapo otra lata de cerveza. Salud. Golpeo al pulpo con una botella, quedará más suave; lo lavo con agua y limón. Llegaste muy tarde anoche, imbécil, con perfume, infiel... Salud. Lo meto a la olla caliente, para cocerlo en su jugo. Pongo a tostar cominos, hojas de orégano, clavos, pimientas de la grande y de la chica. Y yo de estúpida cocinando tu platillo favorito, como si no estuviera harta de ti; y de mí contigo... Licuo los condimentos y los mezclo con vino blanco. Le quito la piel al pulpo con indiferencia, la misma que tuve para conquistarte; la mejor receta para atraer a alguien es fingir desinterés. Así llamé tu atención, ¿recuerdas? Tomo el pulpo y lo dejo reposar. Pico un atado de perejil, tres tomates rojos, un pimiento verde, cuatro dientes de ajo y una cebolla grande... Lloro. Salud. Lo único que te interesa de mí es la cocina. Me he puesto gorda gracias a tu pasión por comer. Ni siquiera me diste un hijo, hijo de la chingada. Caliento en la sartén el aceite de oliva, sofrío la cebolla y el ajo picados con una hoja de laurel. Qué buen filo el de este cuchillo, qué bien rebana los tentáculos; quisiera rebanar tus dedos que ya no me tocan... Vierto el pulpo en la fritanga, agrego el vino negro colado, sal y el resto de la cabeza de ajo asada. Salud. Tapo la sartén y le bajo al fuego, pero no al odio. Faltan la ensalada de aguacate y el arroz blanco. De nuevo el cuchillo... Idiota. A veces no sé si enterrármelo en un ojo o continuar agregándole arsénico a tu comida. Salud...

El extraterrestre

Un extraterrestre había rondado el maizal por la madrugada, destruyendo a su paso brotes y mazorcas. Marco y su padre lo vieron durante la cacería; estaban por disparar a unas codornices cuando se consumó el encuentro. Su descripción era confusa, pero lo suficientemente efectiva como para extender el miedo entre la comunidad convocada al amanecer por las campanas de la iglesia.
“Tiene unos ojos así, saltones y feos; una boca que se convierte en mano; una piel oscura como curtida por el tiempo, con antenas que parecen pelos; sus piernas son cortas y sus pies bien duros, como los de un caballo, o más bien como de un cerdo, o como de cerdo y caballo al mismo tiempo; y no deja de comer, está así de gordo… como don Emilio”. Al viejo aludido no le pareció adecuada la comparación que hizo el padre de Marco, pero era tanto el miedo que sentía que no pudo expresar objeción alguna.
La gente comenzó a expresar sus temores: “Nos va a dejar sin cosecha, más pobres que nunca; ¿y si entra al pueblo y nos mata?; y qué tal si luego nos secuestra, o vienen más de su planeta para robarse el agua o a esclavizarnos, Dios nos bendiga; y dónde está el presidente municipal cuando más se le necesita, hay que avisar al ejército, a la televisión”.
Antes del mediodía, los hombres ya estaban divididos en grupos para peinar maizales y monte. Las mujeres acordaron hacer por la noche una fogata para aguardar a sus esposos e hijos; no faltaría comida ni aguardiente para apaciguar el susto. Así se fue la tarde, entre preparativos de caza y cena, todo en silencio.
A las nueve de una noche estrellada y creciente la comunidad ya estaba reunida alrededor de la fogata en la explanada de la iglesia. Dos pavos fueron sacrificados y asados para la ocasión: “Tiene que haber mucha comida y mucho trago, para festejar el triunfo o velar a los muertos”, ordenó el padre de Marco. Alguien distinguió en el cielo, a lo lejos, una luz muy blanca surcando el espacio. Fray Julián aprovechó el augurio para bendecir a quienes él mismo acompañaría en el peligro. Los hombres, con escopetas, antorchas y machetes, parecían más un grupo de zapatistas con los rostros descubiertos por el miedo que un grupo de campesinos en la tierra de no pasa nada. Sólo el aguardiente y los tacos de pavo lograban envalentonar a sus corazones.
A la una de la madrugada los hombres se dividieron en tres grupos para acordonar el área. Fray Julián encabezó el primero; el padre de Marco el segundo, y Francisco, el cazador más hábil del pueblo, el tercero. La búsqueda duraría por lo menos cuatro horas, pues el terreno de los maizales era bastante extenso y laberíntico. Los grupos se ubicaron en puntos de triángulo equilátero para avanzar hacia el centro y lograr el cometido: acorralar al extraterrestre y dispararle desde una distancia segura, sin riesgo de herir ni matar a nadie.
Pasaba el tiempo y los pasos reducían el triángulo. Varios hombres lamentaron no poder dispararle a conejos, codornices y pavos de monte que escapaban ante sus armas, toda vez que la consigna fue no hacer disparo alguno que no estuviera dirigido al extraterrestre.
Por fin la detonación. Fue Francisco quien soltó la primera bala e inició el ataque general en contra de ese ser horrible creado por alguna extraña inteligencia del espacio sideral. Todos corrieron hacia el centro del plantío para conocer al extraterrestre y cerciorarse de que estuviera muerto. El papá de Marco se arrodilló para revisar si no tenía instalada una antena o cualquier otro artefacto que emitiera señales a otros mundos. “Qué horrible es, Dios mío, imagínate si nos agarraba desprevenidos. Alabado sea el Señor que nos concedió la gracia de matarlo”, exclamaban los cazadores. Fray Julián extendió una manta sobre el cuerpo acribillado y un grupo de hombres procedió a levantarlo y trasladarlo al pueblo cuidando de no espinarse.
La procesión duró un par de horas y para entonces el sol ya provocaba sudor y bochornos. Los peregrinos llegaron a la explanada de la iglesia y arrojaron el cadáver ante los pies del presidente municipal, quien acababa de llegar de la ciudad.
—Ya ve, señor presidente, que aquí no necesitamos policías ni soldados para terminar con las amenazas que nos amenazan —dijo el padre de Marco al destapar el cuerpo inerte. Las mujeres gritaron y se persignaron impresionadas ante la imagen ensangrentada.
—¡Tapirus bairdii! —exclamó el munícipe— Qué brutos son. Esto es un tapir, un mamífero que se creía extinto en estas tierras desde hace muchos años. De qué han servido los libros que con tanto trabajo he conseguido para nuestra sala de lectura; ahí vienen un chingo de ilustraciones de la flora y la fauna de esta región.
El presidente municipal se retiró enfurecido hacia su despacho, dejando a toda la población en el desconcierto. No faltaron las recriminaciones y los achaques de culpa: “…y todo por hacerle caso a tu papá, Marco… Ah sí, ¿verdad?, ahora resulta que nadie chupó ni comió ni disparó, váyanse a la verga…” El deslinde de responsabilidades duró más de una hora sin que se llegara a un acuerdo. Lo cierto es que a nadie le convenía que el munícipe estuviera enojado. Por fin, una mujer, después de largo rato de observar al tapir, tuvo una brillante idea que no tuvo rechazo.
A la hora de la comida, un comité encabezado por Fray Julián entró a la presidencia municipal para ofrecerle a su representante unos deliciosos tacos de “cochinita pibil”.